Javier Ruzo - Exposiciones Individuales
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El Caracol Infinito
 
     

El firmamento nocturno ha dejado su acostumbrada posición por encima de nuestras cabezas, para instalarse en la pared frontal de la sala de exposiciones del Scotiabank. Delante de nosotros, en un delicado juego de luces y sombras, brilla la turbulenta Vía Láctea, con la constelación de la Cruz del Sur incrustada en el medio.

El mundo de arriba es reflejado en el mundo de abajo, es decir en el piso de la sala. La Vía Láctea está duplicada en una especie de laberinto circular armado de granos de maíz, que evoca las ideas de la fertilidad, del camino y de la fuerza generadora del sol.

 
     
 

Esta versión concisa del universo forma la parte central de la exposición individual “Axis Mundi” que presentó en el Cusco el artista limeño Javier Ruzo. La instalación va acompañada de una serie de obras de menores dimensiones. Todas ellas hacen alusión a los misteriosos y omnipresentes lazos que unen entre sí los elementos dispersos del mundo visible. El nacimiento de una estrella en las profundidades del espacio se asemeja a la aparición de una nueva vida humana en las profundidades del vientre materno, un acontecimiento infinitamente más pequeño e infinitamente más complejo. La forma perfecta de una galaxia encuentra su repetición en la forma igualmente perfecta de un caracol. Las frías e impersonales leyes matemáticas que dan los mismos contornos a un caracol y a una galaxia, a un ciclón y a un retoño de helecho, adquieren un rostro, un espíritu y una voluntad. Javier Ruzo desarma el mundo y lo vuelve a armar según su proyecto, dotándolo del alma y del sentido.

     

El artista del día de hoy, por segunda vez desde la época del Renacimiento, se ha rebelado contra el humilde papel de artesano que la sociedad ha tratado de asignarle durante siglos. El artista contemporáneo, postmoderno, se ha declarado investigador y, agitando la espada y con una bandera flameante en la mano, se ha lanzado a explorar y conquistar terrenos lejanos. A menudo se lo ve cabalgar intrépido por los campos tan vastos y tan distantes como la filosofía, la antropología cultural, la física cuántica y la geometría fractal. Los especialistas en las respectivas áreas, quienes las habían considerado su dominio inviolable, miran su cabalgata un tanto desconcertados, pero por lo general se abstienen de intervenir en su misión. En algunos (raros) casos le prestan su ayuda.

El artista es ávido de novedades. Términos y fórmulas resplandecen ante sus ojos como joyas, ejerciendo sobre él un poder magnético. Las sabias palabras impregnadas de un aroma científico: “paradigma”, “macrocosmos”, “microcosmos”, “ciclicidad”, “rito”, adquieren en sus manos un valor estético agregado, un inquietante matiz del conocimiento de los iniciados.

 
     
 

Una de las palabras más irresistibles y sonoras es “símbolo”. El símbolo en la semiótica es el signo convencional, cuyo significado no lleva ningún vínculo directo con su significante. Los símbolos han existido en el arte de diversas culturas del mundo desde los tiempos inmemoriales, sin que los artistas se enteraran de la existencia de la semiótica, ni del mismo término “símbolo”. En el arte religioso católico la paloma es el símbolo del Espíritu Santo. En los dibujos de Guaman Poma de Ayala el vestido adornado con tokapus es el símbolo de la pertenencia del personaje a la aristocracia. En el sentido estricto y acostumbrado de la palabra, cada símbolo lleva un significado determinado. Pero en el arte contemporáneo, y en la obra de Javier Ruzo en particular, el símbolo deja de ser un callejón directo que lleva del significante al significado, y se convierte en una puerta abierta. La obra sugiere insistentemente que detrás de su superficie se oculta algo, mas no dice qué. Su significado está permanentemente oculto en la niebla. Se crea una ilusión de que el sentido de la obra está tan bien escondido, tan complejo e intelectual que quedará por siempre sepultado e inaccesible para los simples mortales. Sin embargo, si el espectador deja de acomplejarse y lamentar su falta de preparación para descifrar el mensaje secreto, descubrirá que frente a él se abre una infinidad de interpretaciones posibles, que dependen del ángulo de vista y del propio mundo mental del observador. El significado único y prefabricado deja de existir. La obra invita a cada uno de los espectadores para que llenen a su gusto el gran vacío que se abre detrás de sus formas visibles. Pero a veces es tentador también quedarse ante la puerta cerrada y respirar el aire del misterio sellado e inaccesible.

     

La herencia de las épocas prehispánicas y de la cultura tradicional es un problema recurrente en el arte peruano actual, un problema que crece a menudo hasta las dimensiones de un conflicto magistral. Muchos artistas, sobre todo los capitalinos, toman por un vulgar exotismo el hecho de acudir a los motivos ‘andinos’. Pero hay muchos otros quienes explotan el tema con gran beneficio y con diversos grados de profundidad y sinceridad.  Si bien el uso de elementos de las culturas tradicionales impone al artista (-investigador) la obligación moral de hacer un esfuerzo y leer un poco de literatura especializada, eso no significa que el resultado del proceso artístico será un sólido tratado antropológico. En primer lugar, no se le puede exigir al artista, cuya preparación no implica cinco años de estudios especializados en antropología, la misma cantidad y la misma estructura de conocimiento que maneja un antropólogo promedio. En segundo lugar, el dominio del artista es por excelencia emotivo e intuitivo, por más investigador que se declare. Su modo de tratar los conocimientos adquiridos es mucho más libre y arbitrario que el de cualquier académico. Y no es un defecto, sino una ventaja.

El artista tiene la facultad, partiendo de conocimientos reales (nada es excusa para la ignorancia) de recrear, reinventar y falsificar realidades. Porque antes de ser investigador, es creador.  Nosotros, el grato público, paseamos encantados por sus ficciones, y es asunto personal de cada uno de nosotros qué es lo que queremos y podemos extraer de ellas. Vera